Category Archives: Claudio Cordero Espinosa
Fragmentos de un poema perdido.
Del dolor que un día atravesó mi costado…
Como la espada ardiente de tu nombre
nada queda
Te he buscado en las ciudades vendadas de luces…
a la noche
y durante el día entre sus muchedumbres bullentes
en los dulces estuarios de los grandes ríos transparentes
o cargados de loes y de lotos
en el mar, en sus crepúsculos sangrientos o topacios
en las nubes de los Andes cuando al ocaso encarnan
figuras misteriosas
Detrás de los titilantes espejismos de los desiertos
en las plácidas bahías azules
en los atolones de rocas de olas translúcidas
donde Gauguin pintaba la desnudez de las mujeres
y el hieratismo sagrado de los ídolos
En los basaltos de Galápagos golpeados por la pleamar
de espuma y soledad
en el murmurante rumor de sus escolleras al amanecer,
en medio del círculo de petreles que guarnecen
la Corona del Diablo
A C I A G O
Una lluvia tenue cae sobre mi corazón desolado
siento la tristeza de la tierra elevarse acezante
contra las obscuras nubes bajas en busca de las invisibles estrellas
que brillan a media tarde.
Los grises pájaros del tiempo permanecen inmóviles en los pinos abatidos.
Un mustio dios remoto, acostado en la nada
sueña un sueño inacabable y aplasta mi pecho
para siempre.
DEL TIEMPO CIRCULAR
Andrómeda me hace una señal obscena
desde la noche azul obscura
-ya ven, parece decirme su llamada
mas yo no le hago caso todavía
aún quiero palpar el vientre de la tierra,
sus tibios gusanos ciegos, sus semillas
las dulces colinas de sus senos
sus montañas de muslos enormes,
acostarme sobre la verde hierba susurrante de su pubis
sentir encima el sol quemando entre los párpados y la córnea.
Casi horizontal al suroeste Aldebarán
guiña un sulfuro delicuescente
de la misma piedra topacio amarillenta que me robaron un día.
Mi corazón titilante busca escaparse
para atrapar sus orines humeantes nebulosos
alcanzo a agarrarle con las dos manos
y hundirle en su caverna tenebrosa
Iblis
Te acurrucas a horcajadas sobre mi corazón
gato maravilloso,
siento tu leve peso opresor como el de una montaña
sagrada. Continue reading
La Tunda
mitóloga mulata.
Tunda tundala tunda
con tu vulva en molinillo
En la obscura caverna de tu sexo
hierve a borbotones la botija
donde cueces al fuego de las sombras
los mareantes camarones que me trago
Oda a un vino naranja
y una copa llena de vino.”
escánciame tu vino…”
Omar Khayyam
Vino,
color de orina ambarino.
De un suave sabor que subibaja
desde el oscuro pecho tenebroso
por la cavernosa garganta
hasta el pálido rosa de la píamadre
cruzando por las olivas de tus ojos
que se nublan casi hasta el lamentoso llanto
en medio del vaho perdido de su niebla.
La quimera
Pescábamos esa mañana sin nubes, en los bajos de la Corona del Diablo. Un círculo de basaltos siniestros que se cernían sobre un mar transparente. Un antiguo cráter que las olas devoraban. Un atolón que circuía el vacío de las aguas. Éramos cinco con Lucas en el bote. Había sido él, precisamente, quien nos había guiado al interior, y ahora anclados al centro girábamos con peligro muy cerca de las rocas, arrastrados por las invisibles corrientes.
Por entre las crestas fracturadas se alcanzaba a ver por instantes, como desde un tiovivo, las tobas rojizas y violetas de Floreana, y hacia el oeste, sobre el horizonte, se perfilaban apenas, como un aire más denso y translúcido, las montañas de Isabela. Sobre los escollos combatía y copulaba furiosamente un rebaño de focas, ajenas por completo a nuestra presencia; sus hesitaciones nos llegaban como el coro de la resaca o de las multitudes. Arriba, giraban también como nosotros, atadas a una invisible ancla en el cielo, las gaviotas, ansiosas de comida. Una luz torrencial atravesaba el agua, como al vacío y desnudaba un fondo soñoliento de algas y de arena. Continue reading
Del amor y de la muerte

Agosto, llévame en tu ardorosa
velocidad de topacio
Diecisiete,
A las cuatro de la tarde:
Veo deslizarse en el silencio del jardín, hacia el Este, tres ratas negras entre matas de flores, perfumadas de lavanda y hediondas de santa maría, mientras los pájaros vuelan azorados hasta los árboles. Galopan en la soledad con brincos elásticos pero lerdos, retrayendo las patas traseras y lanzándose en seguida al vacío estancado del aire rastrero. De pronto se quedan inmóviles y contemplo, igual que ellas con estupor, como mudo se descuelga por el muro medianero del fondo cubierto de hiedras melancólicas, hacia el Occidente Iblis o su espectro fantasmal. Continue reading
La extraña muerte de Iblis Thomas

Y deja que me hunda en tus
claros ojos
mezcla de ágata y metal…,
Del poema 37
Me sumergía casi todos lo días en sus ojos profundos, enormes, abisales, los mismos de Matilde de un color azulado acuoso en los que parecían flotar hacia la superficie del iris volutas nebulosas como en las canicas de vidrio atraídas hacia el círculo del destino de la moña:
que nunca tirarás a la Lola
o los mapas ardorosos que trazaba el sol entre nube y nube en las laderas verdinegras, cuando de niño volteaba de pronto la cabeza hacia el cerro del Ayahuayco. Continue reading